martes, 17 de abril de 2012

lnternas justicialistas

La interna peronista
Por Rogelio Alaniz

"Toda respuesta es una nueva pregunta". Hans Gadamer


La interna peronista interesa a todos porque se presume que lo que allí se decida va a influir de manera directa en el orden nacional. Vaticinar el futuro es tarea arriesgada, pero no sería descabellado decir que el próximo presidente de la nación es muy probable que sea de signo peronista. Puede haber imponderables, podemos asistir a escenas de sucesivos suicidios políticos, pero lo lógico sería que mayoritariamente la sociedad vote por algún candidato peronista.

Las expectativas despertadas por el congreso celebrado en Lanús se explican a partir de esta relación del peronismo con el poder. El resultado de la reunión pone en evidencia la inevitable y tal vez definitiva división del peronismo y el predominio del sector liderado por Duhalde. Alguien decía que en el juego, el amor y la política nunca está dada la última palabra. La victoria de Duhalde ayer puede ser la antesala de su derrota mañana, porque en política nunca está dicha la última palabra, y si esta verdad vale en términos generales, tratándose del peronismo puede llegar a ser más que una verdad un riguroso dogma de fe.

Convengamos que históricamente las decisiones del Partido Justicialista nunca fueron importantes en el peronismo, entre otras cosas porque el peronismo nunca se creyó un partido y nunca admitió que su realidad pudiera reducirse a los límites estrechos del partido.

Durante los tiempos de Perón el partido no fue nada o fue un manoseado y vulgar sello sometido a la voluntad del líder. En los años de la resistencia fueron siempre más importantes las estructuras sindicales y luego las organizaciones armadas que el pálido y anémico "pejota".

Los dirigentes de la llamada rama política del peronismo nunca tuvieron demasiada gravitación y cuando se decidieron a actuar por cuenta propia fueron calificados de neoperonistas o directamente armaron estructuras provinciales independientes. Los hermanos Sapag en Neuquén son un ejemplo típico.

En 1964 Perón manda a su señora esposa para lidiar en una interna política en Mendoza entre Corvalán Nanclares y Serú García. Uno estaba alineado con Vandor y formaba parte de una estrategia que apuntaba a constituir un peronismo sin Perón a través de la curiosa consigna "hay que estar en contra de Perón para salvar a Perón". La intervención de Isabel frustró las ilusiones vandoristas y de allí en más el cacique metalúrgico renunciará a las competencias electorales y se dedicará a fragotear con los militares.

En 1973 la candidatura de Cámpora y Solano Lima fue impuesta por Perón y a nadie se le ocurrió llamar a elecciones internas para convalidar lo que Patricio Kelly calificó como la candidatura de dos viejitos aventureros y conservadores.

La disidencia a esta línea de acatamiento vertical se dio en la provincia de Santa Fe. La estructura del justicialismo llevó la candidatura de Campos-Bonino, un militar retirado de ideas derechistas y un personaje típico del folclore picaresco del peronismo litoraleño de esos años. Sorprendentemente la fórmula fue apoyada por el Partido Comunista, mientras que los candidatos oficiales del peronismo eran Sylvestre Begnis y Cuello, un dirigente puesto en ese lugar por la poderosa patria metalúrgica
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Antes de estos hechos, el peronista de la rama política más notorio se había llamado Jorge Daniel Paladino, delegado personal de Perón hasta que el jefe lo pasó a retiro acusándolo de no ser el representante del justicialismo ante Lanusse sino el representante de Lanusse ante el justicialismo.

Se sabe que la candidatura Perón-Perón fue impuesta por el líder. La novedad en este caso no fue la obvia designación de Perón a la presidencia sino la decisión de colocar en la línea sucesoria directa a su esposa, una ex bailarina de cabaret que el general había conocido en Panamá gracias a las gestiones de un rufián cubano.

En 1975, en un proceso de creciente descomposición política y social los Montoneros fundan el Partido Auténtico. Entre sus dirigentes se encuentran Framini, Obregón Cano, Martínez Vaca y Cepernic. Debutan en las elecciones de Misiones pero la "sabiduría popular" decide votar a los candidatos de Isabel y López Rega. Los "auténticos" sacan el ocho por ciento de los votos, pero no dispondrán de mucho tiempo para hacer el conteo porque de allí en más sus principales dirigentes serán perseguidos y aniquilados por las Tres A organizadas por la heredera de Perón y su nunca bien ponderado secretario privado.

Para 1983 el peronismo designa como candidatos a Luder y Bittel. Se suponía que con un candidato cuyo exclusivo talento eran sus modales amanerados y sus aires de doctorcito educado el pueblo iba a perder de vista la presencia siniestra de Herminio Iglesias y Lorenzo Miguel, los exponentes más genuinos del autoritarismo peronista y los protagonistas centrales del pacto sindical militar denunciado por Alfonsín.

La quema de un féretro radical en un acto celebrado por los peronistas en el centro de Buenos Aires y la silbatina a Lorenzo Miguel en la cancha de Vélez Sarsfield demostraron antes del veredicto final de las urnas que el peronismo había dejado de ser la fuerza mayoritaria y que ya no se podían ganar las elecciones llevando a Drácula y Frankestein como candidatos acompañados por los acordes de "la marchita" como música de fondo.

Iniciado el proceso de renovación, la primera señal de que algo estaba ocurriendo se produce en la provincia de Buenos Aires cuando Antonio Cafiero por afuera de la estructura partidaria derrota a Herminio Iglesias, demostrando una vez más que a la hora de la verdad en el peronismo la cuestión de las siglas es un valor relativo.

En 1989 el peronismo realiza por primera y última vez en su historia una interna política nacional. En la oportunidad la fórmula Menem-Duhalde se impone a las candidaturas de Cafiero y De la Sota. El antecedente merece citarse porque hasta la fecha no hubo nada parecido. En ese sentido no se equivoca Duhalde cuando dice que en el peronismo lo habitual no ha sido el comicio interno como camino para seleccionar los candidatos.

En 1995 y en 1999 el peronismo decidió por unanimidad sus candidaturas. Concluida la gestión de De la Rúa a través de una apresurada y poco elegante fuga por los techos de la Casa Rosada, el peronismo regresa al poder por la vía del voto parlamentario. Rodríguez Saá y Duhalde fueron sus figuras descollantes, aunque también habría que mencionar al misionero Puerta.

Lo demás es historia reciente cuyos principales capítulos aún no se han redactado. Está claro que la propuesta menemista de elecciones internas es lógica y habrá que ver si el duhaldismo hizo un buen negocio al dejarle al menemismo las banderas de la democratización partidaria, banderas que en manos de Pierri, Massat o Alasino pueden terminar transformadas en trapos mugrientos después de haberlas usado con la delicadeza que los distingue.

Tan fuerte y tan legítima es la consigna de elecciones internas que Duhalde no dice que está en contra de ellas sino que ahora no es oportuno hacerlas porque las condiciones son excepcionales. A esa argumentación se la podría refutar diciendo que todos los obsesionados por el poder han invocado a lo largo de la historia las supuestas condiciones excepcionales para suprimir la democracia.

De todas maneras no deja de ser cierto que sólo una vez en su historia de más de medio siglo el peronismo eligió candidatos por la vía de los comicios internos. Tampoco se pueden desconocer los rigores de la crisis de representatividad y que la salida por la vía de los neolemas (una solución paradójicamente propuesta en su momento por Romero, el segundo de la fórmula menemista) permitirá que democráticamente la sociedad en general y los peronistas en particular elijan al candidato que más les guste.

Atendiendo esta realidad, la propuesta de los peronistas santafesinos no vamos a decir que fue genial o creativa pero sí sensata y lógica. Nadie puede acusarlos de traicionarse a sí mismos por defender la unidad del peronismo y reivindicar el procedimiento de elecciones internas.

Lo que hay que entender es que en estas circunstancias el peronismo se divide no sólo porque las expectativas de poder son divergentes sino porque existen proyectos de nación que no se pueden compatibilizar. En política existen las pasiones, los deseos, las ambiciones bastardas y genuinas, pero aunque los antipolíticos no lo crean también existen las ideas y las propuestas.

El corte entre menemistas y duhaldistas no es lineal ni prolijo porque en política esas coordenadas no existen. Muchos están en un lado o en otro por razones de conveniencia personal o de sobrevivencia política, pero por encima de los inevitables oportunismos existe una diferencia central entre la Argentina del Mercosur y la del Alca o entre la economía dolarizada y la moneda nacional o entre la actividad productiva y al timba financiera, diferencia que no alcanza para explicar todo lo que ocurre dentro del peronismo pero que es necesario tener en cuenta si se quiere entender la realidad en sus manifestaciones más profundas.



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